Somos capaces de decir
que es demasiado pronto,
que no contábamos con esto,
que nos esperaremos
mientras no haya nadie
que mejore las noches que tú y yo inventamos.
Ya lo creo que somos capaces.
También de negarnos mutuamente
dejándolo todo para otro año,
quizá cuando el corazón
decida claudicar en ese
quién sabe lo que puede pasar,
temeroso siempre de perderse
historias que ha visto en películas.
Somos capaces de eso
y de encontrarnos sin querer
al cabo de un tiempo,
penosamente cansados.
Entonces tomaremos un café
y fingiremos dos plenitudes
para hacernos creer que no hubo delito.
Y si la magia no asoma
con ánimo de renacer; no importa,
tendremos las palabras exactas
para encubrir la decepción,
incluso sacaremos,
frívolos y despreocupados,
el tema del olvido y sus refranes.
Pero si resulta que brota
una magia guardada
en cada uno de nosotros,
y sentimos el vértigo equitativo
de quienes no marchitan su deseo en común,
y nos preguntamos si todavía es posible,
los dos,
por separado,
solitarios y enfermos,
entonces veo probable que sintamos
miedo, vergüenza, y las dosis
de orgullo suficientes para no desnudarnos,
enmudecer de puro espanto,
y pensar convencidos,
siempre por separado,
que es demasiado tarde,
que ya contábamos con esto,
justo antes de discutir
quién paga el café y despedirnos
sin sangre en cualquier esquina.
Luego pensaremos,
cada uno en su delirio,
que seguramente el otro no quería,
que se notaba su indiferencia,
que tampoco era para tanto,
celebrando la prudencia
de no habernos dado el teléfono
y evitando evocar las noches que tú y yo inventamos.
Y no es descabellado pensar
que todo esto pudiese ocurrir
porque, simplemente, algunos engaños
se eternizan sin remedio,
porque el amor nos hace
aún más cobardes,
porque es el miedo quien escoge
nuestros propios abismos…
…pero sobre todo,
porque los dos sabemos
que somos capaces.