Mi lástima
Dueña de todos los espejos,
reflejas a la perfección
la fortaleza que no alcanzo.
Te necesito para que acuchilles
las partes de mi espalda
a las que no llego,
para que pongas nombre
a cada lágrima
y me ayudes
a cavar el pozo en el que muero.
Te ofrezco mis heridas
para que hurgues
a tu antojo
y trates de descifrar
el viscoso lenguaje
que utiliza el pasado.
No me importa tu ineptitud.
Te adoro igualmente.
Ya sé que tu castigo se reduce
a mi constancia
por tratarte siempre
como a una reina.
Pero por favor,
no dejes
de decirme
cada mañana
lo mucho que nadie soy.