– Estas flores son para usted.
Andrés escogía ya a los pacientes por voluntad del azar. Según el número de habitación se metía en una u otra. Ese día traía flores rojas y la habitación tenía el número 218. En una cama junto a la ventana, y con una sonrisa impropia de una persona enferma, Socorro saludó a Andrés como si lo conociera de toda la vida. Le recordó al primo de un antiguo amigo del pueblo, uno que solía usar tirantes. Socorro, allá donde estuviera, nunca perdía la ocasión de sacarle un parecido a todo el mundo.
– ¿Puedo preguntarle quién las envía?
Andrés se quedó mirando a Socorro como si viera en ella a una actriz encarnando a una celebridad muerta. Tenía la mujer un porte que convertía su presencia en un cuadro digno de ser mirado. Le echó unos sesenta años. Dejó el ramo encima de una mesa y le entregó la dedicatoria.
– Es un admirador anónimo – Andrés.
Socorro leyó la dedicatoria y amplió su sonrisa. Andrés le preguntó que qué le pasaba.
– Tengo un regimiento de mariposas en el vientre.
– Que le produce…
– Sí, un cosquilleo incesante.
– Quiere decir que está…
– Sí, estoy enamorada.
Hubo un silencio que Socorro aprovechó para releer la dedicatoria y retocarse el cabello. Andrés, desde el final de la cama, la contemplaba sin pestañear.
– ¿Por qué se las quiere quitar? – Andrés.
Socorro se planteó no contestar. Imaginó a Andrés con tirantes, paseando con las manos en los bolsillos por una plaza de su pueblo. Quizá fue eso lo que le animó a decir:
– Son varias las razones. Yo soy viuda, por ejemplo, y tengo por mi difunto marido un amor que no claudica ni deseo que lo haga. El hombre del que estoy enamorada es mi cuñado, por ejemplo, y sus hijos son mis sobrinos y su esposa es mi hermana la pequeña. Y ese hombre, por ponerte otro ejemplo, es malvado y no me conviene.
Andrés levantó las cejas. Se había sorprendido de lo último.
– Si sabe que es malvado, ¿por qué se ha enamorado de él?
Socorro sonrió con dulzura y miró a Andrés como miraría a un nieto suyo en el caso de que lo tuviera. Dijo lo siguiente:
– Jovencito, a las mujeres nos gusta enamorarnos de los hombres que saben hacer daño.
– No entiendo la atracción que puede provocar un hombre que haga daño – protestó Andrés como si hubiera sido acusado de algo, acaso de bondad.
– Yo no he hablado de hombres que hacen daño; he hablado de hombres que saben hacerlo. Es un matiz importante.
En la habitación entró el médico de la bata reluciente. Andrés pensaba en el matiz importante y no saludó al recién llegado. El falso médico informó a Socorro de que le iban a operar en dos días. Todas las mariposas que tenía en el vientre serían liberadas. Su cosquilleo quedaría eliminado de inmediato.
– Gracias, doctor. Buenas tardes.
– Adiós, Socorro – el falso médico.
Andrés se quedó pensativo. Tosió artificialmente como cuando se quiere decir algo importante. Se dirigió a Socorro.
– Señora, no se lo tome a mal, pero despedirse de usted es como salir huyendo.
Socorro sonrió esta vez con desgana. El falso médico le había recordado a un presentador de informativos. En su estómago, una mariposa aleteaba tras haber esquivado un fármaco que había dormido a todas las demás. Al final de la cama, el muchacho que le había traído las flores le miraba sin parar. Parecía alucinado. Parecía obstruído. Socorro barajó tres maneras diferentes de echarlo de la habitación y curiosamente, una detrás de otra, acabó diciendo las tres.
Clínicos, 6.
abril 5, 2009 por fundido
Cómo me gustaría saber dónde está este hospital tuyo, H., pero ya sé que no lo revelarás (y haces bien porque se saturaría enseguida).
Socorro sabe muy bien lo que dice, y eso me gusta mucho. Me gustan las personas que hablan de las cosas importantes sin tapujos. A veces, hay que quitarse las mariposas del estómago, aunque las hayamos tomado cariño. A veces, hay que dejarlas ir a volar a otra parte, y Socorro no sólo lo sabe sino que también va a hacerlo; y merece por ello su tiempo a solas para despedirse de ellas, de sus mariposas. Este es el principal motivo por el que Andrés debe salir de la habitación, aunque por supuesto me habría encantado saber las tres razones de Socorro.
Seguirán estos Clínicos, ¿verdad? Aún tienes que descubrirme muchas enfermedades que sé que tengo pero que no sé nombrar…
Un abrazo enorme, H.
qué nombre, Socorro.
(- Socorro!!
– Ya voy, señora!
– No, si es que estoy llamando a la niña para que venga, que ya es hora de cenar!)
Madre, qué chistes más malos me invento.
Otro nombre que también me gusta mucho es Mamen. (Imperativo: Mamen!!).
jijiji.
son muy molestas, las mariposas, cuando no apetecen. cuando apetecen son un gusto. pero, ¿y si no apetecen?…
ah…
Leí hace no mucho «Cien años de soledad» y las mariposas de Socorro me han hecho recordar las que Mauricio Babilonia tenía siempre revoloteando sobre su cabeza, amarillas. También hablaban de amor.
Me encanta Clínicos, Fundido. No sé si repetir las cosas es un síndrome propio de alguna que otra enfermedad, pero me encanta y, mientras así sea, seguiré encantada de repetírtelo una y otra vez, aun a riesgo de resultar pesada y padecer, entonces, dos enfermedades compatibles pero insoportables. : )
Un abrazo.
Muy sabia la señá Socorro (sorry, me la imagino de esa forma, rodeada de vecinas que la llaman señá; y ya se sabe, el personaje ya no es tuyo, ahora es mi turno y la visto como gusto… jeje). Como te decía… muy sabia, sí.
Un saludo, sonriente y éste de mariposas bien intencionadas y juguetonas, las que habitan en los pies.
Andrés se parece al botones de Chéjov. Quiero que se parezca. Estoy leyéndolo últimamente. Es simplemente fantástico y hay algo de él en ti. 🙂 ¿Ejerces la medicina?
«Andrés escogía ya a los pacientes por voluntad del azar. Según el número de habitación se metía en una u otra. Ese día traía flores rojas y la habitación tenía el número 218.»
Esto es simplemente brutal, de escritor de quítate el sombrero. Lástima que no se lleven ya los sombreros, me quitaré un rizo en tu honor… o me haré la permanente al revés, que se yo. Algo se me ocurrirá
Aquí tienes ganado un lector fijo de clínicos