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Archive for 5 de abril de 2009

Clínicos, 6.

– Estas flores son para usted.
Andrés escogía ya a los pacientes por voluntad del azar. Según el número de habitación se metía en una u otra. Ese día traía flores rojas y la habitación tenía el número 218. En una cama junto a la ventana, y con una sonrisa impropia de una persona enferma, Socorro saludó a Andrés como si lo conociera de toda la vida. Le recordó al primo de un antiguo amigo del pueblo, uno que solía usar tirantes. Socorro, allá donde estuviera, nunca perdía la ocasión de sacarle un parecido a todo el mundo.
– ¿Puedo preguntarle quién las envía?
Andrés se quedó mirando a Socorro como si viera en ella a una actriz encarnando a una celebridad muerta. Tenía la mujer un porte que convertía su presencia en un cuadro digno de ser mirado. Le echó unos sesenta años. Dejó el ramo encima de una mesa y le entregó la dedicatoria.
– Es un admirador anónimo – Andrés.
Socorro leyó la dedicatoria y amplió su sonrisa. Andrés le preguntó que qué le pasaba.
– Tengo un regimiento de mariposas en el vientre.
– Que le produce…
– Sí, un cosquilleo incesante.
– Quiere decir que está…
– Sí, estoy enamorada.
Hubo un silencio que Socorro aprovechó para releer la dedicatoria y retocarse el cabello. Andrés, desde el final de la cama, la contemplaba sin pestañear.
– ¿Por qué se las quiere quitar? – Andrés.
Socorro se planteó no contestar. Imaginó a Andrés con tirantes, paseando con las manos en los bolsillos por una plaza de su pueblo. Quizá fue eso lo que le animó a decir:
– Son varias las razones. Yo soy viuda, por ejemplo, y tengo por mi difunto marido un amor que no claudica ni deseo que lo haga. El hombre del que estoy enamorada es mi cuñado, por ejemplo, y sus hijos son mis sobrinos y su esposa es mi hermana la pequeña. Y ese hombre, por ponerte otro ejemplo, es malvado y no me conviene.
Andrés levantó las cejas. Se había sorprendido de lo último.
– Si sabe que es malvado, ¿por qué se ha enamorado de él?
Socorro sonrió con dulzura y miró a Andrés como miraría a un nieto suyo en el caso de que lo tuviera. Dijo lo siguiente:
– Jovencito, a las mujeres nos gusta enamorarnos de los hombres que saben hacer daño.
– No entiendo la atracción que puede provocar un hombre que haga daño – protestó Andrés como si hubiera sido acusado de algo, acaso de bondad.
– Yo no he hablado de hombres que hacen daño; he hablado de hombres que saben hacerlo. Es un matiz importante.
En la habitación entró el médico de la bata reluciente. Andrés pensaba en el matiz importante y no saludó al recién llegado. El falso médico informó a Socorro de que le iban a operar en dos días. Todas las mariposas que tenía en el vientre serían liberadas. Su cosquilleo quedaría eliminado de inmediato.
– Gracias, doctor. Buenas tardes.
– Adiós, Socorro – el falso médico.
Andrés se quedó pensativo. Tosió artificialmente como cuando se quiere decir algo importante. Se dirigió a Socorro.
– Señora, no se lo tome a mal, pero despedirse de usted es como salir huyendo.
Socorro sonrió esta vez con desgana. El falso médico le había recordado a un presentador de informativos. En su estómago, una mariposa aleteaba tras haber esquivado un fármaco que había dormido a todas las demás. Al final de la cama, el muchacho que le había traído las flores le miraba sin parar. Parecía alucinado. Parecía obstruído. Socorro barajó tres maneras diferentes de echarlo de la habitación y curiosamente, una detrás de otra, acabó diciendo las tres.

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